Muchas veces cuando camino se me recita the years shall run like rabbits.
Este fin de semana caminamos mucho. Lo llamamos "explorar" y mis hijos lo han empezado a odiar. Se están dando cuenta de que no tiene un final feliz con brinquedos, así que ayer empecé con los eufemismos como para despistarlos, vamos a "conocer", visitar, que no es mucho más feliz.
Pero no es difícil distraerlos. Nuestro barrio es bien interesante, tiene unas pendientes demenciales, nuestra misma calle saliendo hacia la izquierda tiene una bajada abrupta y enseguida vuelve a subir, tenía unas fotos en el celular pero con sus fallas se me perdieron. Y en esa bajada está el corazón de Pompeia que parece un pueblo del interior, no sé cómo será con las inundaciones porque realmente es como un pozo. Y es lindo, con muy poquitos negocios y perros y terrazas, desniveles, arriba están nuestros edificios, tan odiosos para ellos. Y desde mi cocina con vidrios esmerilados se ven todos esos edificios, vidrios que queremos cambiar para recuperar ese horizonte de casas y la luz de la tarde que era muy rosa los últimos días.
Este fin de semana llovió por fin y me resisto al sol que apareció hace un rato pero por suerte quedó tapado otra vez. Volví a escuchar música después de como una década, ayuda que tengo el equipo conectado a mi computadora. Busco en internet a ver qué pasó en este tiempo, va a ser una tarea de fin de semana, supongo.
Amo mi cubículo, es un rincón blanco al lado de la puerta de entrada y escucho los gritos de la escuela pública que está en mi manzana. Estamos en un piso 19 y estoy como de espaldas a la vista, que me ayuda mucho para trabajar. Este era el rincón de la heladera y ahora estoy yo, pólder, terreno ganado al refrigerador.