Vuelvo a lo mismo.
La maternidad es enloquecedora. Y lo comento en familia y ellos adhieren, ellos son un coro de notables. Respiro alivio.
No soy yo, somos todos.
Me refiero a la intensidad y la sensación de peligro inminente, que nunca se va del todo.
A veces me veo rodeada por D, U, C y digo pobre gente que me tiene que padecer. Y U tiene mucho de mi intensidad.
En mis momentos feos recurro a la terapia de la faena, me equaliza casi mágicamente.
Y la maternidad me da bastante vergüenza también, hablar demasiado de los hijos, algo que me daba mucho rechazo antes de tener los míos. Y me saca algo violento cuando escucho a la gente hacer demasiado autobombo sobre sus propios ninos. Hay que respetar el espacio ajeno y a los pibes también un poco.
Eso pensaba precisamente cuando intenté retomar el contacto sin éxito con un amiga perdida, mi último contacto había sido antes de ser madre... y le dije en el mail que hablar sobre mis hijos sería una obviedad.
Y si lo pienso eso cobra aún más sentido cuando la otra persona no los conoce, no les conoce la manera de tener frío después de comer, de quedarse tildados mirando no sé qué no sé dónde, de buscar bichos bolita con la lupa, de llorar porque Wall-e no existe, de ser insufribles, bolas de amor, de dormir con guantes, de tener cosas mías indignas, de andar en patineta a mil kilómetros por hora, de mirar las alcantarilllas, los canhos, de ser rústicos ... más que ella no los conoce. Creo que a mí me hace bien querer en silencio y me sale eso también.
Nunca conjugué el verbo amar con objetos animados. Yo quiero gente y amo cosas.