viernes, agosto 11, 2006

Tengo una pollera

plateada de matelasse. Es muy cómoda y, obviamente, muy abrigada. Nunca supe bien qué le había pasado hasta que hace dos semanas fui al once y tuve una iluminación.
Un día las había visto: tres manchas tipo lavandina en el rincón inferior derecho formando un triángulo. Pensé que mi torpeza había hecho de las suyas. Pero ese viernes la vendedora de mercería del once deslizó: "¡qué hijos de puta, cómo le dan a la lavandina en las veredas!". Claro, dije yo, aliviadísima y pensando, ¡no fui yo, no fui yo! Me encantó la versión y quise creerla.
Pero más allá de eso, ahora tenía tres manchas por disimular. Muy paciente ella sacó montones de cajas de zapatos y corpiños con apliques de todo tipo y color. Pero no iba nada. Ella quería convencerme de que comprara unos de tul y lentejuelas, no eran feos pero eran un poco transparentes y la mancha no se iba a tapar bien. Me decía que los cosiera con un color oscuro y que así se iba a disimular. Después de un rato le dije, a ver, yo sólo los vine a comprar, no sé coser un botón, enhebrar una aguja, nada. Ella insistió: "si yo aprendí, vos también, yo te voy a explicar".
Mercerías y ferrreterías comparten algo curioso, paciencia infinita y ningún sentido de negocio. Cuando uno llega con problemas delirantes y todos, absolutamente todos, comenzamos con "necesito un cosito, no sé cómo se llama, para trabar el coso de la ventana". Ellos escuchan atentamente, preguntan y eventualmente traducen, llamando a las cosas por su nombre. Lo más loco es que tal vez todo el proceso hasta que entienden bien les puede llevar 20 minutos, a veces, hay hasta dibujitos de por medio, y la pieza puede costar desde centavos, si es algun tipo de tornillo, mecha, coso hasta escasos pesos, si es más elaborado.
Como a mí estos eufemismos me dan vergüenza, entonces le pregunto bien al gasista, electricista, o plomero de turno para tener el libreto ya estudiado. Pero siempre falla, me pongo nerviosa y en vez de tulipa soy capaz de decir floripa. Alguna letra, sílaba, ritmo, algo me traiciona indefectiblemente.
Bien, en once, no sé cómo, me libré de la paciente empleada para seguir mi búsqueda por todas las otras mercerías de Lavalle. No había aplique alguno que combinara. Cuando estaba saliendo del último local, vi al costado de la vidriera algo que me pareció salvador. Diez números plateados, de esos como de buzo de niño, pero plateados. Pregunté el precio, 12 pesos, pero está tan cara la ropa, pensé y me los compré. Llegué a lo de mis costureras ucranianas y se quedaron encantadas, ¡qué lindo lo que encontraste! A mí a esa altura ya me parecía medio border lo que iba a hacer pero sentía que no tenía opción. Les dije, decidida, "ponéme el 1 arriba, el 2 abajo y el 3, acá a la derecha del 2".
Cuando el me vio me dijo: "¿qué es ella pollera?, ¿cómo le vas a poner 1, 2, 3? Es de nene de 3 años. ¿Te puedo pedir que no la uses cuando estés conmigo?"
Lo reconozco, ayer, que estuve poco tiempo afuera, un tipo me gritó ¡1,2, 3! Me lo venía venir.
Pese a los apliques, mi pollera sigue igual de cómoda y abrigada y sí, me hago cargo, quedó bastante bizarra.

2 comentarios:

paula p dijo...

je. es bu-e-na la excusa del portero. es de aguante ponerse parches con brillo. es de un cuento de osv.lamborghini la idea de tomar mate en la puerta de una merceria, como alegoria del arte, de los artistas que mendigan (en ¨neibis¨ o ¨matinales¨, no recuerdo)

Graciana dijo...

bastante ignorante, no leí nada de o. lamborghiní, salvo unos poemitas sueltos.